martes, enero 24

Responsables

Muchas veces me encontré sola, igual de tantas otras encontré amistades profundas, y algunas pasajeras.  De ninguna me arrepiento, todas trajeron aprendizaje a mi vida. Todas estuvieron ahí porque yo así lo decidí, y por el mismo motivo se han ido también. Sucede que cuando se descubre qué es lo que realmente se puede sentir en esta vida, ya no hay vuelta atrás: nada va a ser mejor ni más necesario que ese profundo sentimiento. No es un camino fácil, y de hecho debemos transitarlo todos los días para recordarlo, pero es seguro que trajo a mi vida un gran porcentaje de amor. Aún me sorprendo viendo como amigos de los que no sabia nada hace años, aparecen en fotos actuales abrazados a esas personas que tanto despreciaban o tanto daño les habían hecho por aquellos tiempos, más aferrados a la constancia misma que al amor. Todo cuanto nos suceda esta ligado a las elecciones que hemos realizado, o que podemos realizar. Se trata de hacerse responsable por entero de nuestra propia vida. Todos y cada uno de los momentos que nos perturban pueden ser modificados con un solo cambio en nuestra elección, un cambio firme que bastará para que la sonrisa comience, al menos, a gestarse dentro nuestro.
Como quien dijo alguna vez: lo importante no es lo que sucede, sino lo que hacemos con ello.

viernes, enero 20

Rindiéndome

Yo andaba demasiado preocupada por mi preocupación, y no paraba de pensar que era una mala idea. Que yo no estaba bien y salir con una persona nueva (y no tan nueva) iba a ser para peor, que podía mejor cancelar y conformarme con esa otra salida vieja y cómoda que tenía al otro dia, sabiendo que cómodo y viejo, no son dos cualidades que uno quiera recordar al día siguiente.
Me pasó a buscar por casa a pesar de que el lugar al que íbamos quedaba a la vuelta de la suya, de camino me habló sobre otro lugar diferente y cuando le dije que no lo conocía hizo una maniobra rápida y cambió los planes sin preguntar. Me gusta que no pregunten. Llegamos y su picazón por la cantidad de gente en la lista de espera fué unánime con la mía. Finalmente nos sentamos en el otro bar, en la vieja y querida barra que te permite acercarte sin mucho titubear. Miradas incómodas, maniobras ansiosas y ojos perdidos se adueñaron de nosotros a la hora en que los mensajes de texto ya no nos socorrían. Yo no dejé ver que estaba hambrienta, y él dijo que no íbamos a comer, me pareció oler alguna intención que no estaba en mi plano. Después de algunas cervezas las miradas se fueron concentrando y nos abrimos hacia lo que estuviera por venir. Me contó de sus raíces, de su poca habilidad con las chicas cuando chico, me habló de Tailandia, de los lugares y las personas con las que había vivido y dejó ver algún que otro problema con la balanza por mambos viejos. Yo le hablé de  lo mucho que me gustaba comer y lo que me costaba engordar, de mi abuela, de mi perro. De un momento a otro la cerveza nos aflojó la verguenza y ya estábamos riendo entre vaivenes del cuerpo que nos acercaban. Recuerdo que cuando se decidió por besarme, luego de encontrarse con mi boca se puso de pie y me pareció completamente natural, yo, sentada en la banqueta, rindiéndome, y el, siguiendo sus instintos.
Al rato el bar comenzaba sus tareas de cierre, y fue la oportunidad para irnos sin decir mucho. Una vez en el auto, sobre la esquina que separaba su camino del mío, preguntó si quería irme a casa o tomar algo en la suya. Lo miré y le pregunté qué era lo que él quería, un poco dejando ver mi intención, un poco buscando esa continua necesidad de rodearme sólo de personas que estén donde quieran estar.
Giró el volante sin titubear y llegamos a ese departamento que ya había pisado otras veces sin saber muy bien que hacía ahí. Pero esta vez, entramos por la cochera y todo cambió de sentido: la cochera es el lugar que las visitas no visitan, la entrada sin timbre, sin interrupciones, la parte privada, casi más privada que la casa.
Me ofreció vino para disfrazar el silencio pero no acepté, de hecho fui directo al balcón y tuve la necesidad de absorber esa nada, ese silencio propio de las madrugadas que trae paz cuando se lo sabe apreciar. Se sentó conmigo y así estuvimos un rato, hasta que no quisimos callar más...
El transpira mucho, de mucho, de agua por todos lados, y para mi sorpresa, no me molesta en lo absoluto. Pareciera que hay un lado del que se avergüenza fácil, un lado que aun no está en mi plano, pero voy descubriendo de qué viene. Me deja ver su debilidad, su espejo distorsionado, y yo intento repararlo todo en ese segundo de intimidad. Siempre es mas fácil abrazar los problemas del otro para tapar los propios. Le digo que es perfecto así como es, bromeo acerca de esos rollos inexistentes al borde de su cadera y entre risas le recuerdo que la comida es felicidad. Esta de acuerdo conmigo, se ríe conmigo.
Llegó la hora de dormir y mis fantasmas revoloteaban sobre la cama, me susurraban si estaba segura de quedarme, si quizás tendría que preguntar, o mejor: vestirme e irme. Salió del baño, se acostó a mi lado y yo que estaba de espalda roté para quedar cara a cara. Antes de que pudiera siquiera pensar me abrazó tan natural que hasta los fantasmas se fueron a descansar.
Al día siguiente yo trabajaba, y él tenía pedido Home Office ya que se iba de viaje a la tarde también por trabajo, pero para mi no cambiaba mucho porque ese fin de semana empezaban mis vacaciones. Sugirió la idea de que me quedara y algo sonrió dentro de mi.
Cuando propuso ir a desayunar a Mc Donalds le dije que hace mil años que no lo hacia, y que tenía fuertes probabilidades de ser lo mejor de este 2017, chiste que repetimos toda la noche sin cansarnos, y que de momento en un chamuyo gracioso, dejó escapar que haberme conocido habia sido lo mejor de su 2016. Reímos ante la ridiculez, pero tengo que aceptar que sonaba lindo.
Saco el auto para ir a tomar el desayuno, y cuando entramos el aire acondicionado estaba a pleno. No eran en verdad mil años de haber desayunado en Mc Donalds, eran mil años de hacerlo con alguien que me abrazara como hizo él cuando el aire me puso la piel de gallina.
Volvamos a casa, desayunamos y después te llevo, dijo. No estoy acostumbrada a andar en auto, pero siempre siento que es una molestia para el otro, y honestamente, sacar el auto dos veces en media hora, no pareció molestarle en absoluto.
De camino a casa, me besó en un semáforo, algo sonrió una vez más en mí.
Ese mismo día por la tarde me preguntó si sobrevivía, me contó que estaba muerto, ansioso, yéndose. Hoy día sigo recibiendo sus mensajes, me pide que lleve un vino para cuando nos volvamos a encontrar, que es como en marzo, que falta mucho.

viernes, enero 6

Qué importa

Llegué a Mendoza un domingo a las 9 am, era la primera vez que pisaba suelo desconocido, y llovía desde hacía varios días. Con el peso de la mochila que todavía no había experimentado lo suficiente, patié para conseguir techo y cama. Entre el calor de caminar, y la humedad de la lluvia, no sabía si sacarme la campera y arriesgarme al resfrío, o dejarla y seguir sofocándome lo que durara la caminata. En medio de las sensaciones encontré un lindo hostel con 8 camas cuchetas en la misma habitación.

Largué la mochi, dejé la campera, miré la lluvia, y me di cuenta: 
 qué importa si llueve, si estoy donde quiero estar. 

Triunfo

Después de caminar 5 provincias el ansia de volver ya pisaba mis talones. Pensaba en mi cama, en mi perro, en mi ducha, en eso nomás. Mientras el cansancio me golpeaba la espalda, la rueda del colectivo al borde del abismo y el calor abrasador descartaban toda posibilidad de sueño. Aunque a esa altura ya había pasado más tiempo durmiendo en micros que en colchones, y comiendo lo que el recorrido permitía. En el medio de la nada nos detuvimos, y ahí estaba, el cartel que nos marcaba un triunfo silencioso... 

     Iruya, cuatro mil metros sobre el nivel del mar.




No somos dueños


Una de las cosas más emocionantes era meterse entre los cerros, recorrer las huellas que el agua dejó alguna vez y ver qué tan hondo llegábamos. De a momentos las filosas paredes tapaban el sol, o algún escalón semi-imposible nos ofrecía pensarlo dos veces. Y luego llegaba la mejor parte: después de largos ratos de caminata siempre había un final, una pared -ahora sí- inalcanzable se erguía al final del sendero. Una pared que nos dejaba con la felicidad de quien llega a la recta final, y la incertidumbre de qué se podría encontrar más allá.



Una pared que nos recordaba 
que no somos dueños del mundo.


lunes, enero 2

Enfocarse

Estos últimos años fueron determinantes en mi vida, un divorcio, una familia venida a menos, infinitas peleas, discusiones, gritos... Mudanza, el Willie, facultad, viajes. En estos tiempos fué que volví a escribir con regularidad, porque como mencioné tantas veces me es más fácil escribir sobre las derrotas, los achaques (sé que los buenos momentos me dedico a vivirlos, intensamente, sin detenimientos). Una de las cosas sobre las que más reflexioné es mi familia: cada uno de sus integrantes entrando y saliendo de mis historias en una tormenta constante. Todos tuvieron su momento de fama, se aseguraron un lugar en mis relatos, y en mis nervios. Cuando me posicioné en el papel de familia disfuncional empecé a notar la cantidad de consecuencias que nos habían traído, a mis hermanos y a mí, estos padres desparejos. Empecé también a notar la cantidad de adultos que arrastran hasta el día de hoy consecuencias similares.

Hace poco, entre estas reflexiones, me topé con algo escrito por ahí que decía algo así: "como digno hijo de argentino que siempre encuentra la culpa en sus padres", y esa fué una carta nueva en el asunto. Yo misma me canso de estar siempre rondando el tema, y sé que fué necesario para poder entender muchas cosas, pero esta altura del partido preferiría gastar mi tiempo en generar momentos de los que tengo más ganas de vivir, que de escribir.