Después de caminar 5 provincias el ansia de volver ya pisaba mis talones. Pensaba en mi cama, en mi perro, en mi ducha, en eso nomás. Mientras el cansancio me golpeaba la espalda, la rueda del colectivo al borde del abismo y el calor abrasador descartaban toda posibilidad de sueño. Aunque a esa altura ya había pasado más tiempo durmiendo en micros que en colchones, y comiendo lo que el recorrido permitía. En el medio de la nada nos detuvimos, y ahí estaba, el cartel que nos marcaba un triunfo silencioso...
Iruya, cuatro mil metros sobre el nivel del mar.
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