Estos últimos años fueron determinantes en mi vida, un divorcio, una familia venida a menos, infinitas peleas, discusiones, gritos... Mudanza, el Willie, facultad, viajes. En estos tiempos fué que volví a escribir con regularidad, porque como mencioné tantas veces me es más fácil escribir sobre las derrotas, los achaques (sé que los buenos momentos me dedico a vivirlos, intensamente, sin detenimientos). Una de las cosas sobre las que más reflexioné es mi familia: cada uno de sus integrantes entrando y saliendo de mis historias en una tormenta constante. Todos tuvieron su momento de fama, se aseguraron un lugar en mis relatos, y en mis nervios. Cuando me posicioné en el papel de familia disfuncional empecé a notar la cantidad de consecuencias que nos habían traído, a mis hermanos y a mí, estos padres desparejos. Empecé también a notar la cantidad de adultos que arrastran hasta el día de hoy consecuencias similares.
Hace poco, entre estas reflexiones, me topé con algo escrito por ahí que decía algo así: "como digno hijo de argentino que siempre encuentra la culpa en sus padres", y esa fué una carta nueva en el asunto. Yo misma me canso de estar siempre rondando el tema, y sé que fué necesario para poder entender muchas cosas, pero esta altura del partido preferiría gastar mi tiempo en generar momentos de los que tengo más ganas de vivir, que de escribir.
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