Después de abandonar la idea muchas veces y volver a armarla otras tantas, al fin me animé y se vinieron nomás: mis tres ahijados, el Willie, y yo, a dormir en este monoambiente. Llegan y desde la vereda me gritan a pulmón para que baje: MADRINAAA! El timbre más lindo de mi vida. Claramente llegaron y nos pusimos a dibujar, siempre dibujan, todavía no conocen esa frase adulta de "yo no sé", porque claro que saben, cualquier enano la tiene clara en materia de expresión. De un momento a otro me acordé de las horas que pasaba encerrada, con música y ningún propósito más que acumular dibujos, primero fueron copias, después algunos propios. También me empecé a preguntar porqué habré dejado, pero esa es otra historia. Les dibujé algo a cada uno, con dedicación y todo, y se lo llevaron para pegar en sus placares. Entre ellos soy la mejor, la mejor madrina, la mejor dibujante, la mejor de lo mejor del mundo mundial.
A la hora del cansancio nos tiramos a mirar una peli, y el más chiquito, que no se engancha con las pelis, y tenía su primer experiencia fuera de casa, empezó a dar vueltas. Nos pusimos a dibujar cosas en el techo, con los dedos en el aire, y después de un rato me tiró "ay, ya quiero que sea de día". Todavía me sorprendo aprendiendo con ellos, admirándolos. "Ya quiero que sea de día..." El chiquito estaba luchando de la mejor manera posible con la falta de mamá, de su cama y almohada, de su zona de confort. Y como el mejor, en vez de ponerse a llorar, de flaquear como cualquier otro nene de 5 años, fijó un objetivo y lo quería ya: que sea de día. Que sea de día para haber superado esa prueba que le estaba trayendo la vida.
Todos, en algún momento queremos que sea de día, que haya pasado, que salga el sol. Todos.