Me defino como una persona feliz, y no alegre, sino feliz. No digo alegre porque no suelo andar con la sonrisa puesta, con el chiste a mano. Digo feliz porque elijo equivocarme sin sentirme mal, elijo el abrazar mis errores al segundo de haberlos cometido. Ya no vivo con la piña en la pared, con el grito: la reflexión es mejor concubina. Y lloro, aprovecho y lloro cuando necesito, porque prefiero llorar a maltratar, a maltratarme. Elijo desahogarme en vez de gritar...
Elijo sanar.
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