- Llegué destruido de laburar, pero tengo ganas de verte!
Y yo también, tengo ganas de verte, o quizás sean más ganas de tenerte al lado mientras duermo, de poder darte un beso cuando me despierto, o me cocines las cosas que me gustan. Porque a decir verdad, no siempre tengo ganas de verte, más bien son frecuentes las ganas de tenerte, y honestamente, no es algo que vaya bien combinado. Querer tenerte, con pocas ganas de verte, me dice que algo no anda bien.
Te voy a ser honesta, cada vez que llego a casa, después de haber pasado el día juntos, sólo pienso en que tengo que dejar de verte, de vernos. Funcionando como dos engranajes, fríos, combinados pero rígidos, sin más propósito que el mismo cometido, una y otra vez. Tengo que dejar de sentirnos cerca, porque cerca no implica cariño, cerca no es necesariamente el abrazo después del orgasmo. Porque cerca, en nuestro caso, es mucho muy lejos. Es más bien cerca del fracaso, del vacío.
Yo no quiero abrazarte, porque leo en tu cuerpo que vos tampoco, leo en tus silencios mirando el techo, que no estás mirándome a mí. Y yo tampoco puedo verte, porque te miro, pero no encuentro nada, no hay nada que quieras mostrarme, no hay nada que dejes ver. Y me miro, me miro con tus pocas ganas de mirarme, y pienso que merezco algo mejor, que puedo tener algo mejor.
No es que seas un mal tipo, para nada, me gusta que me charles, me aprietes, que compartamos el afán por la buena comida, me gustan tus lunares, tu pelo sin peinar... sólo creo que nos estamos llenando los vacíos, y a su vez, los hacemos más grandes, más evidentes.
-. ¿Qué hacés a la noche?
Podríamos vernos.