Hay ideas que me surgen justo antes de dormir. En el preciso momento donde debo soltar el día que pasó, surge alguna que otra conclusión.
Anoche como si todo cobrara sentido en un segundo, entendí lo importante de sentirse único en el mundo. De realmente reconocer, en los ojos del otro, que nadie puede dar lo que vos. He allí el motivo de toda relación. Que tu lugar, tus cualidades, tu conexión, no se repite con nadie, y vale lo suficiente para ser reconocida. Que tu mamá recibe de vos, algo que nadie en esta vida puede brindarle, ese abrazo único, ese gesto ínfimo que te describe. Mismo pasa con los amigos: construimos nuestras relaciones a base de lo que nos gusta de los otros, de la forma en que podemos conectar. Quizás no sean muchas las cualidades, pero solo basta con un elemento especial para valer más que cualquier otra persona. Así se repite en cada una de las conexiones posibles.
Y ahí fué cuando entendí todo: En materia de parejas, buscamos la combinación de todos esos factores que nos hacen únicos en el mundo. Buscamos el mayor exponente para nuestra felicidad, no siendo un tema menor el compartir toda la vida con una misma persona. Nada ni nadie puede alterar el valor de cada uno de nuestros atributos ante los ojos del otro. Un conjunto de fuertes elementos que nos reservan el más grandes de los lugares en su corazón, porque efectivamente, somos únicos en el mundo.
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