Ni siquiera quería mirarlo, el tipo me hablaba y yo contestaba como si nada. Quería evitar su imagen en mi mente, para evitar eso prejuicios que llevaba. De verdad me esforcé en que lograra agradarme, y lo logré,
después del 3er vaso.
El catedrático rezó a Dios para que se fuera, por amor de Dios vete, y le rogó a la Juana Montiel que seguía venerando en el recuerdo que se llevara de una vez a esa otra Juana Montiel que venía a sacarle en cara el error más costoso de su juventud: no haberse muerto de amor cuando se le murió el amor.
Sólo al llegar a la escalerilla del carromato, pasada la medianoche, logró descrifrar el enigma que lo venía atormentando desde hacía demasiado tiempo: no bastaba con amar, había también que ser amado.