Nos dolía la mandíbula de lo tanto que nos reímos esa noche. Por primera vez lo vi, a los ojos, directo, sin miedo. Después de no se cuantos días, no se cuantos intentos de tomarme de la mano, y no se cuantas "altas ganas" de verme, afloje. Porque quise, porque quería aflojar, quería que me abracen. Esa tarde fue un quilombo, esperas, mensajes sin contestar, enojos consigo mismo, un bardo. Me encontré con su mambo número uno, y me dió pena tanta desesperación interna. Tardé, pero aflojó, y ahí aflojé yo. Estas particularmente cariñosa me dijo, y si... es así como me gusta estar.
Cuando volvimos, me acompañó a casa, cual adolescentes nos chapamos un rato en la puerta. Al momento de despedirnos coronó con un "vos y yo, vamos a tener que sacarnos las ganas." Y yo, que había aflojado, que había estado particularmente tierna, particularmente expuesta, le contesté con media sonrisa: las "ganas" te las podés sacar sólo.
Y no podía haber estado más en lo cierto, las ganas se las sacó, vaya a saber contra quien.
Imbécil.
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