Adopté un perro, de la calle. Tiene 11 meses, es mediano, y deja pelos en todos lados.
Vamos por el segundo día juntos.
Ayer me despertó a las 6 am, me aguantó hasta las 8 y salimos a que haga sus cosas, pero no llegamos a cruzar el portón que las hizo en la entrada. Y es que nunca tuvo un lugar para hacerlo.
Estaba por salir a comprarle su correa y pretal, y ni bien abrí la puerta salió rajando, yo atrás de él, y atrás mío la puerta, con la llave por dentro, se cerró. Willie, sin correa, corriendo por las escaleras, y yo atrás. No me hace caso, no me reconoce, cuanta gente habrá cruzado que nunca le dió órdenes, nunca lo retó, nunca lo abrazó. Y llamamos al cerrajero, y nos abrazamos mientras esperábamos.
A la tarde salimos una vez más, antes que se largara a llover. A la vuelta no quiso entrar, aprendió a sacarse el pretal, y no quiso entrar. Quise convencerlo, por su propia voluntad, y no hubo caso. Todavía no entiende que ésta también es su casa.
Esta mañana tampoco quiso entrar, lo volví a alzar.
Me abraza cada vez que lo mimo. Sí, me abraza. Con sus patas delanteras me sostiene, me arropa, mientras que las traseras se cercioran de que sigo ahí. Y juega, muerde su correa y tironea. Duerme de costado, panza arriba, y llena todo de pelos.
Se morfó una planta que tenía en el balcón, y la vomitó. Y cuando salimos se hizo un buffet de hojas verdes. Está mal de la panza, y yo también.
Hoy, arrocito para todos.
Mañana, más amor.
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