Decidí no enojarme, no enojarme más. He decidido dejar de almacenar rencores, gritos, nudos en el estómago. Cuando tomé la decisión me enojé, solo me enojé más. Pero hoy, tiempo después, ya no decido, ahora construyo. Construyo paciencia, dia a dia, para aceptar las cosas que no puedo cambiar. Construí un eje, donde pararme cuando tenga que pensar. Un eje, que me hace evaluar el valor del enojo, el resultado del enojo, el beneficio del enojo, antes de tenerlo. Y es que de todos los vicios, el rencor es el peor. Cuando entramos en el campo del odio, nos queremos quedar ahí. Como tobogan de salida fácil, ante una escalera de mil pasos. En la rápida bajada, engordamos de resentimientos, deformamos nuestros cuerpos a cuesta del rencor, pero todo fluye tan naturalmente, que no entendemos lo difícil que va a ser volver a subir, cuando no hay escalones. En cambio, en el camino del perdón, fortalecemos nuestras piernas, mejoramos nuestra respiración.
Ayudamos al corazón.
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