jueves, agosto 20

Sujeta

Y me deleitaba cada tarde con el ritual. LLegaba del trabajo, con su largo pelo, suelto al aire. Tenia una cabellera generosa hasta la cintura, incluso más si alisábamos los bucles, pero siempre peinada al viento. En verano casi que reflejaba el sol, o se quemaba de la nada, como la hora dorada. 

Ella llega, cierra con llave y deja las llaves puestas, como si fuera más rápido abrir la mañana siguiente. Pero no, ambos sabemos que es para encontrarlas a la mañana siguiente, y no demorarse. Derecho a la cocina y me besa, con un beso corto, bien dado, quizás no tan corto, un beso que se entrega en segundos, pero se entrega. Da media vuelta sobre sus pies, y aterriza al borde la cama, se saca los zapatos y cuando es verano se queda en pata, y casi en cueros. Ama el verano. Desde que entregó el beso me habla, hasta que vuelve y me abraza, siempre de atrás, un abrazo que no pueda ser sujetado.Y ahí, es cuando la magia comienza. Me dá la espalda y levanta los brazos mientras se aleja, despacio comienza a sujetarse el cabello, con el tacto de una hechicera, sujeta cada sector comenzando por la nuca, con los dedos semi-encorvados, a modo de peine, de caricia que sujeta. Hace el nudo, que nunca pude entender, con su propio cabello. Éste queda sujeto, firme, pero con la soltura de un atardecer, de un momento glorioso y frágil por terminar para renacer. Y es que ella se la pasaba con el cabello suelto, hermosamente desplegado, y levantaba miradas a su alrededor, ella lo llevaba libre, y parecía libre, pero no lo era. Cuando llegaba a casa, luego de besarme, o abrazarme, y me daba la espalda, era el momento donde ella comenzaba a ser. Allí no levantaba más miradas que la mía, la única presente, y la que la veía desnuda cada noche. Desnuda como nadie la vería jamás, vestida, pero desnuda a mí. Suelta, despreocupada de todo lo que la rodeaba, sumamente ágil, fuerte y frágil a la vez. Toda para mí. Sujeta para mí.

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