martes, abril 24

Había una vez...

Quizás formó parte de su naturaleza, el encantar muchachos le hacía sentir viva y jovial. El simple acto de una mirada era apasionante, saber que sólo bastaba un pequeño haz de luz sobre sus ojos para que éstos se tornaran maliciosamente deseables. Recorría sus venas el dulce sabor de una Diosa, en el sentido divino de la palabra. Era asombroso observar miradas distantes con el rabillo del ojo apreciando el tiempo que éstas se clavaban en su esencia. No era una preciosura, su nariz algo prominente y sus brazos cual escarbadientes hubieran sido fatales de no ser por el poder que le había sido concedido. Su elixir era el secreto. Al llegarle la temprana madurez había adquirido los valores dignos de una deidad y el tacto característico de una madre.

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